“Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra ‘madre’ era la palabra ‘madre’ y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba”
(Julio Cortázar)

domingo, 24 de abril de 2011

ser o no cronopio

Un cronopio es un ser verde y húmedo (…) un dibujo fuera del margen, un poema sin rima…
Julio Cortázar

Bajo el sol en vertical los cronopios apoyan sus pies en rojas sábanas de carne. Los cronopios nunca soportaron el volumen de toda esta maldita música. Cansados de taparse los oídos, se inventan su propia melodía. Arrítmica, átona, transparente, ellos saben que hay vida tras la línea 3 del autobús y que el orden burocrático del día a día no es más que la gentileza de unos pocos a domesticar la palabra. Los cronopios detestan la palabra domesticada, la palabra que fluye preconcebida y que no es palaba porque otros la pronunciaron. Ellos son los versos impares de un poema desnudo en el asfalto; un aforismo contínuo. E intentan reordenar el desorden que fluye en lo aparentemente ordenado. Es allí donde buscan las razones básicas para la volubilidad de toda esa música. Porque ellos son blasfemos y adoran despertar borrachos en tinta que son hombres y son mujeres .Hacerle el amor a todo el ruido como única salida. Porque ellos son los dueños de un tiempo que a nadie pertenece. Pieles pálidas contra esos hombres y mujeres. La melodía de Jazz que se compone sola ante tanto espanto. Ante tanto cambio. Ante tantas pieles pálidas que gritan ser alguien bajo la lluvia ácida. Bajo la lluvia verde.






Cronopios, todos los viernes a las 19:00 h. en Radiópolis FM Sevilla (98.4 FM) o en http://www.radiopolis.org/

lunes, 6 de diciembre de 2010

La verdad sobre las converses rojas



Sevilla ya es definitivamente una ciudad moderna. Lo sé porque su novísimo suburbano ya está repleto de publicidad luminosa de colonias y otros menesteres imprescindibles para estas épocas del año igualando a la moderna París o Nueva York. Lo sé porque la luz navideña recién estrenada en las calles del centro me dice que será imposible pasear sin toparme con un Papá Noel diabético y rugoso repartiendo caramelos, o que no me podré tomar un café sin escuchar el dichoso merry cristhmas de fondo en cualquier Starbucks de la Constitución. En realidad Sevilla no comenzó a modernizarse en la transición. Lo hizo cuando se inauguró el primer Starbucks con sus múltiples cafés: americano, italiano, con azúcar chino, indio… y los sevillanitos salimos a la calle con esos grandes vasos de cafeína con el slogan del lugar. Sí, Sevilla se convirtió en una urbe del siglo XXI cuando abrieron la Fnac, el HyM y el tercer corte inglés de turno. Y hoy nos lo reafirman los voluminosos, fluorescentes y llamativos carteles publicitarios en cada boca de metro.

Pero es allí donde vive el enemigo. Allí, en esos carteles de mujeres esqueléticas promocionando unos mega sujetadores a 19,99 es donde residen y nos miran y se ríen de nosotros porque saben que nos dominan y que podrán chupar, chupar y chupar nuestra sangre hasta desangrarnos. La transición no fue a la democracia, sino al capitalismo. Y los españolitos ya estamos más que acostumbrados a que nos violen hasta desangrarnos, hasta que no quede nada que quitarnos, que robarnos, que exigirnos que les demos. Porque son esos anuncios de modelos musculosos y colonias megacool los que controlan el tablero. Porque son esos anuncios los hijos-hermanos-sobrinos de papá mercado, papá bolsa y papá tren que avanza y avanza con la madera que nosotros le suministramos. Nosotros, que no somos más que una canción de Adam Green en un garito de mala muerte. Baby gonna die tonight, oh yeah. Nosotros que somos el místico sabor de la nada, un bar a las afueras de una ciudad periférica, la prosa de Buckowski, un whisky derramado, americanos obesos convertidos en Bob Marleys muertos de fumar tanta yerba. Of course, baby, die tonight. Somos Bagdad bombardeada, somos un muro de Berlín que nunca llega a caer o que si cae fue de mentira porque el Este ahora también es uno más del tablero: somos un mundo dividido entre los que llevan o no unas converses rojas. Porque somos unas converse rojas brillantes made in China. Sí, somos unas converses pegadas a cuerpos que andan. Cuerpos que gritan feliz navidad porque hace frío y Zara dice que tenemos que salir a la calle con abrigos largos color negro. Porque este año se lleva el negro. O porque Zara lo dice.
Hoy, todos llevamos converses. Hoy todo el mundo compra converses. Hoy los mercados nos atacan, y la sociedad de bienestar serán cuentos que narraremos a nuestros hijos dentro de unos años. Pero hoy todo el mundo compra converses. Porque es Navidad y porque Sevilla ya es una ciudad moderna y yo me pregunto cuánto vamos a tardar en desangrarnos del todo, cuándo va a terminar de quemarse aquel tren que explota cada tantos años y que consigue incendiar cada esquina del tablero. Me pregunto si para la próxima explosión nos quedará sangre, baby gonna die tonight, si quedarán carteles azul eléctrico en la boca del metro, si seguiremos siendo converses pegadas a cuerpos que andan, a cuerpos sin sangre que compran converses rojas, que gritan feliz navidad pero en el fondo son cenizas, pobres cenizas, eternas cenizas de aquel tren manejado por las converses rojas, por las putas converses rojas, las únicas culpables de que vuelva (o no) a estallar este tren, aquel viejo tren: el verdadero conductor de este tablero… baby gonna die tonigth, oh yeah, baby gonna die tonight.

domingo, 21 de noviembre de 2010

El Sáhara también es un yogur de marca blanca





Si a algo obliga la vida de un estudiante sin recursos es a estar atento de tu dinero a cada segundo, a estudiar meticulosamente el precio de las distintas marcas de cerveza los viernes, de los paquetes de patatas sabor jamón, de las cerillas de gas inflamable cuando cae la noche y celebramos lo jóvenes que somos en el sofá. Me he convertido en doctor honoris causa en economía estudiantil, en cómo sobrevivir siendo uno más de la generación fracasada con padres en crisis que no gozan de una beca, de un padre ministro o de una madre stripper.
A veces me gustaría hacer un golpe de estado. Un verdadero golpe. Pero dudo que la generación wiffi esté dispuesta a romperse las uñas por la revolución. Por una puta revolución. Por eso llevo unos días renegando de Nietzsche y pensando en la esperanza. Además estudié en un colegio de monjas y debo pensar que la vida es guay, que los viernes están para jurar amor eterno a la doble de queso del burger King, para leer a Federico Moccia y pensar que el INEM es pacchá y su cola la forman modernos super modernos que esperan chutarse cualquier cosa bajo las luces de neón. Colas. Nosotros los occidentales siempre estamos haciendo colas. Hacemos cola en el banco, en el metro, hacemos cola los últimos días de diciembre en el toys "r" us para descubrir que ya todo es desierto en esta inmensidad y que las muñecas que compraremos en la tienda están más vivas que nosotros. Posiblemente por eso a las niñas de la generación wiffi ya no se hace colas para regalarle muñecas. Posiblemente los occidentales estemos artos de las colas.

Al menos a mí la única cola que realmente me gusta es la del supermercado. Amo el súper de mi barrio, el difícil ecosistema del súper de mi barrio. Desde ahora quiero que supermercado sea sinónimo de dios. De dios cruel, de dios siempre cruel. Mis continuos paseos por sus calles me han hecho pensar que el lugar donde las bolsas corren de un lado para otro y el olor a pescado fresco se mezcla con la inesperada y molesta voz de pito de la encargada de turno anunciando el 2x1 de la tarde por megafonía ofrece una clara y objetiva radiografía de la sociedad donde nos ha tocado vivir. Es tan fácil como pasear por la calle de congelados y observar los estantes para llegar a mi conclusión. Imaginemos el estante de los yogurts, por ejemplo. A la altura de nuestros ojos, la marca de yogur de turno, la de toda la vida, la que más invierte en spots publicitarios. Llamémosle danone, Asturiana o simplemente llamémosle los yogurts de la élite, los que más dinero poseen sus empresas. Los yogurts cool. Si observamos más abajo, debajo de los productos caducados, encontraremos los yogurts de marca blanca, los menos vendidos, los menos fashions o simplemente en los que menos invierten sus empresas. Ellos siempre observan como nuestras abuelas se llevan el yogur cool desde abajo. Saben que el poder está arriba, que son los otros los que habitarán más frigoríficos, que ellos nunca estarán a la altura de los ojos de los futuros comedores de yogurts cool, en un estante superior. Ellos saben que la vida en un supermercado es cruel, que quien más inversiones en bolsa tenga estará en el estante de arriba y que muchas veces ellos caducarán y acabarán viviendo con los restos de pescado del día anterior, o con la fruta podrida, en la tierradenadie.

Hoy el Sahara occidental es también un yogur de marca blanca. Hoy el Sahara es la tierradenadie, el estante que nunca nos paramos a mirar. El futuro estante caducado. Hace muchos años que algo caducó en el occidente de este desierto no tan lejano. Ya estaba caducada de por sí la descolonización española del Sahara. Se lavó las manos. España lleva más de treinta años haciendo lo mismo. Y hoy se limita a pasar la pelota a la ONU, a no condenar a Marruecos, a vender su progresismo e izquierdismo afirmando que nuestro país, el mismo que se ha embolsado más de cuatrocientos setenta millones de euros en los últimos años en la venta de armas a destinos como Marruecos, es el más solidario de Europa con el Sahara occidental. Los yogurts cool se limitan a escupir al estante de abajo y que la tierradenadie se ahogue en su saliva. Saliva occidental. Saliva de la realidad del supermercado donde nos ha tocado vivir. Pero ellos, los de ahí abajo, nunca entenderán que aquí, en el estante de arriba es más importante las relaciones geopolíticas que la muerte injusta de los que han nacido en la injusticia. Aquí no se puede condenar hasta que no haya una investigación “clara”, aquí no podemos criticar a los asesinos, si los asesinos son los mismos que nos suministran productos, que nos ofrecen estabilidad diplomática, que nos compran las armas con las que matarán la fermentación de la leche que a nadie le importa. La misma fermentación de la leche de la que nos llevamos olvidando más de treinta años. Porque al fin y al cabo para el estante de arriba solo son eso: leche fermentada, los yogurts del estante de abajo, el yogur de marca blanca, un yogur siempre caducado.