“Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra ‘madre’ era la palabra ‘madre’ y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba”
(Julio Cortázar)

domingo, 21 de noviembre de 2010

El Sáhara también es un yogur de marca blanca





Si a algo obliga la vida de un estudiante sin recursos es a estar atento de tu dinero a cada segundo, a estudiar meticulosamente el precio de las distintas marcas de cerveza los viernes, de los paquetes de patatas sabor jamón, de las cerillas de gas inflamable cuando cae la noche y celebramos lo jóvenes que somos en el sofá. Me he convertido en doctor honoris causa en economía estudiantil, en cómo sobrevivir siendo uno más de la generación fracasada con padres en crisis que no gozan de una beca, de un padre ministro o de una madre stripper.
A veces me gustaría hacer un golpe de estado. Un verdadero golpe. Pero dudo que la generación wiffi esté dispuesta a romperse las uñas por la revolución. Por una puta revolución. Por eso llevo unos días renegando de Nietzsche y pensando en la esperanza. Además estudié en un colegio de monjas y debo pensar que la vida es guay, que los viernes están para jurar amor eterno a la doble de queso del burger King, para leer a Federico Moccia y pensar que el INEM es pacchá y su cola la forman modernos super modernos que esperan chutarse cualquier cosa bajo las luces de neón. Colas. Nosotros los occidentales siempre estamos haciendo colas. Hacemos cola en el banco, en el metro, hacemos cola los últimos días de diciembre en el toys "r" us para descubrir que ya todo es desierto en esta inmensidad y que las muñecas que compraremos en la tienda están más vivas que nosotros. Posiblemente por eso a las niñas de la generación wiffi ya no se hace colas para regalarle muñecas. Posiblemente los occidentales estemos artos de las colas.

Al menos a mí la única cola que realmente me gusta es la del supermercado. Amo el súper de mi barrio, el difícil ecosistema del súper de mi barrio. Desde ahora quiero que supermercado sea sinónimo de dios. De dios cruel, de dios siempre cruel. Mis continuos paseos por sus calles me han hecho pensar que el lugar donde las bolsas corren de un lado para otro y el olor a pescado fresco se mezcla con la inesperada y molesta voz de pito de la encargada de turno anunciando el 2x1 de la tarde por megafonía ofrece una clara y objetiva radiografía de la sociedad donde nos ha tocado vivir. Es tan fácil como pasear por la calle de congelados y observar los estantes para llegar a mi conclusión. Imaginemos el estante de los yogurts, por ejemplo. A la altura de nuestros ojos, la marca de yogur de turno, la de toda la vida, la que más invierte en spots publicitarios. Llamémosle danone, Asturiana o simplemente llamémosle los yogurts de la élite, los que más dinero poseen sus empresas. Los yogurts cool. Si observamos más abajo, debajo de los productos caducados, encontraremos los yogurts de marca blanca, los menos vendidos, los menos fashions o simplemente en los que menos invierten sus empresas. Ellos siempre observan como nuestras abuelas se llevan el yogur cool desde abajo. Saben que el poder está arriba, que son los otros los que habitarán más frigoríficos, que ellos nunca estarán a la altura de los ojos de los futuros comedores de yogurts cool, en un estante superior. Ellos saben que la vida en un supermercado es cruel, que quien más inversiones en bolsa tenga estará en el estante de arriba y que muchas veces ellos caducarán y acabarán viviendo con los restos de pescado del día anterior, o con la fruta podrida, en la tierradenadie.

Hoy el Sahara occidental es también un yogur de marca blanca. Hoy el Sahara es la tierradenadie, el estante que nunca nos paramos a mirar. El futuro estante caducado. Hace muchos años que algo caducó en el occidente de este desierto no tan lejano. Ya estaba caducada de por sí la descolonización española del Sahara. Se lavó las manos. España lleva más de treinta años haciendo lo mismo. Y hoy se limita a pasar la pelota a la ONU, a no condenar a Marruecos, a vender su progresismo e izquierdismo afirmando que nuestro país, el mismo que se ha embolsado más de cuatrocientos setenta millones de euros en los últimos años en la venta de armas a destinos como Marruecos, es el más solidario de Europa con el Sahara occidental. Los yogurts cool se limitan a escupir al estante de abajo y que la tierradenadie se ahogue en su saliva. Saliva occidental. Saliva de la realidad del supermercado donde nos ha tocado vivir. Pero ellos, los de ahí abajo, nunca entenderán que aquí, en el estante de arriba es más importante las relaciones geopolíticas que la muerte injusta de los que han nacido en la injusticia. Aquí no se puede condenar hasta que no haya una investigación “clara”, aquí no podemos criticar a los asesinos, si los asesinos son los mismos que nos suministran productos, que nos ofrecen estabilidad diplomática, que nos compran las armas con las que matarán la fermentación de la leche que a nadie le importa. La misma fermentación de la leche de la que nos llevamos olvidando más de treinta años. Porque al fin y al cabo para el estante de arriba solo son eso: leche fermentada, los yogurts del estante de abajo, el yogur de marca blanca, un yogur siempre caducado.

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